Hermes, hermenéutica, hermetismo, por José Antonio Antón Pacheco

Capítulo 1 de Los testigos del instante, Ensayos de hermenéutica comparada, de José Antonio Antón Pacheco.

Hermetismo y hermenéutica son términos enlazados etimológica, histórica y metafísicamente. Habrá que analizar, pues, el porqué de este profundo enraizamiento mutuo.

El hermetismo toma su nombre de Hermes, el mensajero de los dioses e intérprete de las órdenes divinas; él mismo, dios de la palabra (para estoicos y naasenos es la personalización del Logos) y de la interpretación. Al tiempo, Hermes es también el dios encargado de los lindes y cruces de caminos, de las puertas y fronteras. Por tanto, Hermes es un dios mediador, un dios que está entre dos partes, poniéndolas en comunicación. Los dos orígenes etimológicos atribuidos a Hermes responden a su contenido: por lo que respecta a herma-hérmax, es la señalización de un lugar intermedio e intermediario, la piedra o cipo que marca un cruce de caminos, la piedra que sostiene un barco para que se calafateado; por lo que respecta a hermeneía-hermeneús, Hermes es transmisor, ángel y revelador de un mensaje, o bien él mismo es el mensaje; el mediador entre quien pronuncia el discurso y lo recibe. Lo cierto es que el papel de mediación, de estar entre dos, que desempeña Hermes lo hace propicio para que se asociara a su figura la noción de hermenéutica, es decir, de interpretación.

Esta característica propia de la hermenéutica de estar en medio de dos cosas y servir de enlace entre esas dos cosas fue algo de lo que siempre tuvo conciencia el mundo griego. Plotino lo describió magistralmente:

«Pues bien, esta alma comunica sus propios límites (pérata) –los que colindan con el sol sensible- al sol sensible y logra que por mediación (mesou) de sí misma esté en conexión (sinefzai) aun con lo inteligible, convertida como en intérprete (hermeneutiqué) tanto de lo que llega del sol inteligible al sensible como de lo que llega del sensible al inteligible…»

Un poco más arriba decía Plotino:

«Y paréceme a mí que todos aquellos sabios antiguos que se propusieron asegurarse la presencia de los dioses erigiéndoles para ello santuario y estatus (agálmata)…»

Es decir, el Alma (que es aquí quien desempeña el papel de hermeneuta) pone en contacto, une y transmite dos ámbitos de realidad, está entre los dos y los hace accesibles mutuamente. A su vez la noción de ágalma (estatua, imagen) aparece de nuevo como un elemento necesariamente ligado a la problemática de la hermenéutica: se nos manifiesta aquí que sólo desde la metafísica de la representación (ágalma o tipos) es posible la verdadera interpretación. Este párrafo plotiniano encierra las categorías fundamentales de la hermenéutica, centradas todas ellas en la idea de mediación: Alma, ágalma, mesos, hermeneutiqué[1]. Esa es justamente la misión de Hermes en cuanto que mensajero, en cuanto que piedra liminar y en cuanto que intérprete. Hemos dicho que al símbolo le es consubstancial la hermenéutica. Pues bien, el análisis de la palabra «símbolo» nos revela también que este término significa la unión o correspondencia o confluencia de dos elementos. El símbolo es el mismo entre dos y la unión de los dos.

En el helenismo tardío el personaje de Hermes se amalgama con el dios egipcio Tot (que poseía las mismas atribuciones que Hermes) y surge así Hermes Trismegisto, el supuesto autor del Corpus Hermético. En efecto, entre los siglos I a.C. y III d.C. asistimos a la constitución de un variado conjunto de escritos de medicina, alquimia, magia, religiosidad y filosofía adscritos a Hermes Trismegisto o Tot. La tónica dominante de todos ellos está formada por sabiduría egipcia tradicional, filosofía griega (platonismo, estoicismo, posiblemente también aristotelismo) y una piedad centrada en una visión jerárquica del ser y en una actitud soteriológica respecto al alma humana, caída en este mundo. Es decir, algo muy parecido al gnosticismo sólo que en el hermetismo son los elementos religiosos egipcios los predominantes (sin que por ello falten huellas cristianas). Los principales textos filosóficos del Corpus Hermético son el Poimandres, La Llave, Coré Cosmoú y Asclepios (que propiamente no pertenece al Corpus, pues se trata de una traducción latina, pero sí el original perdido).

El Corpus Hermético influyó pronto en los cristianos (para Lactancio Hermes era ya un profeta de Cristo entre los paganos) maniqueos, sabeos, en Nag Hammadi y sobre todo entre los musulmanes, para quienes Hermes se identificó con Idris (el Henoc bíblico). La influencia hermética sobre el islamismo abarca la alquimia (La Tabla Esmeraldina), la medicina (hermetismo y medicina hipocrática van muy unidos) y la filosofía, sobre todo las tendencias místicas del Islam, como el Pseudo Empédocles, Sohravardí, chiítas, drusos… En el Renacimiento, Marsilio Ficino y Pico de la Mirandola descubren el Corpus Hermético, adoptando su visión del mundo y convirtiendo a Hermes Trismegisto en un personaje profético de la categoría de Moisés o Zaratustra. El hermetismo pasa entonces a mezclarse con los Oráculos Caldeos, con la cábala y con otras tendencias espirituales y esotéricas, de tal manera que a partir de aquí el hermetismo se generaliza como concepto: ya no significa una referencia restringida al Corpus Hermético, sino que afecta a todo tipo de pensamiento que obedezca a las ideas de realidad simbólica y cifrada, tradición iniciática, esoterismo… Las características principales que toma ese hermetismo generalizado las podemos resumir así:

1. Sistema universal de correspondencias por el que la totalidad se refleja en lo particular, y lo particular se convierte en una contracción de la Unidad;

2. Transitividad simbólica: la interpretación de un símbolo nos conduce a otro y así hasta constituirse una red de significaciones que une todo lo real;

3. Tradición o cadena iniciática, de la que Hermes Trismegisto sería un eslabón privilegiado. En conexión con esta idea se encuentran las nociones de Prisca Theologia o de philosophia perennis en René Guénon;

4. Transparencia del lenguaje y de las imágenes del mundo. Aquí es donde se nos revela más agudamente la estructura hermenéutica del hermetismo, pues éste se presenta como interpretación o abertura de una realidad simbólica que a la postre es siempre logofánica o epifánica.

Por eso el hermetismo es hermenéutica desde el punto de vista fenomenológico, porque en su esencia está el interpretar y revelar un sentido oculto; y también desde el punto de vista histórico, pues tradicionalmente el hermetismo se ha ido mostrando como la exégesis profunda del sentido, ya de un texto simbólico, ya de la realidad exterior en cuanto que imagen simbólica. Es muy significativa la relación tan estrecha entre propuestas herméticas y exégesis esotéricas de la Biblia o el Corán, como en Boehme, Fabre d’Olivet o Ibn Arabi, o en gran cantidad de relatos visionarios que se gestan como interpretaciones místicas de textos sagrados. Aquí encontramos también otra de las características del hermetismo generalizado: se trata de una hermenéutica que intenta conseguir una fusión de horizontes con lo interpretado, de tal manera que la experiencia de la interpretación supone una asimilación transformadora del sentido emergente para aquel que desvela el sentido (el esoterismo seria entonces la conexión íntima entre el sentido que se revela y aquel para quien se revela). Comprobamos así la ambivalencia existente entre hermetismo (lo que está cerrado) y hermenéutica que abre eso que está cerrado.

En el hermetismo hallamos una vez más cómo aparece desde sus orígenes más prístinos la ligazón indisociable entre la palabra revelada, la interpretación y la mediación: es Hermes, el Logos, quien revelando muestra la presencia del Uno inefable y crea así la mediación por la que podemos acceder a la experiencia del sentido, es decir, el ámbito de la hermenéutica.

Es curioso cómo se ha popularizado el término hermetismo como sinónimo de lo cerrado, oculto, difícil, etc. Y ciertamente el hermetismo concibe la realidad como un conjunto de símbolos que hay que interpretar y que desentrañar. Pero de la misma manera hermetismo puede significar también la continua y esencial apertura de las cosas para su interpretación, el hecho de que las cosas estén dispuestas siempre a ser escudriñadas por su rebasamiento significativo (la cifra encerrada en el símbolo); la realidad está, entonces, herméticamente abierta, y aquí percibimos también esa relación profunda (no meramente etimológica) entre Hermes-hermenéutica-hermetismo. Para Yabir, Paracelso o Boehme (pongamos por ejemplo) el ser contiene una cifra oculta, pero esta cifra oculta se encuentra presta continuamente a ser abierta por la interpretación (de hecho, la cifra oculta interpela al intérprete y hace posible la comprensión). El hermetismo es entonces, antes que un oscurantismo, un acicate para la comprensión profunda e interior de la realidad y una afirmación no sólo de la substantividad de lo real (su signatura o marca trascendental, su sentido) sino también de la apertura de esa substantividad.


[1] El protohermeneuta Filón de Alejandría hace un uso continuo de términos que designan la mediación: mesos, mezorios, mesotes, horos

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