Al-Khadir. La vía marial de los afrâd

El siguiente artículo pertenece al blog Las Noches de Thule, cuyo dueño es un señor llamado Juan José. Como está inactivo desde 2010 y el artículo que presenta sobre Jadir el Verde es de interés, lo compartimos aquí por si el blog acaba desapareciendo.

Si queréis más información sobre Jadir, hace tiempo grabamos un podcast sobre este maestro imaginal tan misterioso:

Y ahora, el artículo.

En diferentes ocasiones, tanto en su obra como en su correspondencia, René Guénon ha hecho alusión a un personaje misterioso al que llaman Seyidna Al-Khadir en el Islam, o Khizr en la denominación persa.

En una carta fechada el 5 de noviembre de 1936, Guénon escribía a Ananda Koomaraswamyy, en este sentido:

«Vuestro estudio sobre «Khwaja Khadir» (aquí decimos «Seyidna El Khidr») es muy interesante, y las correlaciones que habéis señalado son totalmente justas desde el punto de vista simbólico: pero lo que puedo asegurarle es que hay en ello algo muy distinto a simples «leyendas». Tendría muchas cosas que decir al respecto, pero es dudoso que las escriba nunca, pues, de hecho, es un asunto de los que me tocan un poco demasiado directamente…»

El artículo de Koomaraswamyy debía aparecer, en su versión francesa, en 1938, en «Etudes Traditionnelles», revista dirigida por Guénon bajo el título de «Kwâjâ Khadir y la Fuente de la Vida». Este ensayo se circunscribía a la zona indo-persa e incidía más en los aspectos mitológicos del personaje que en su dimensión iniciática.

La iconografía de Asia occidental representa al profeta Al-Khadir bajo los rasgos de un hombre viejo, al modo de un fakir, totalmente vestido de verde y portado sobre el agua por un pez.

La leyenda de Khadir está ligada al simbolismo del Agua de la Vida (Aquae Vitae), la Bebida de la Inmortalidad que se encuentra en diferentes tradiciones con otros vocablos, como haoma avéstico o soma védico. Todos estos elixires simbolizan el verdadero conocimiento divino, esotérico y matutino. En las novelas medievales la búsqueda de esta supraconciencia se confunde con la conquista caballeresca del Graal, copa sagrada que contiene la sangre de Cristo -modalidad cristiana de la Bebida de la Inmortalidad como la «Leche de la Virgen», en la misma simbólica que, en la misma época, designábase metafóricamente a la Vía Láctea, polo celeste de los Caminos de Compostela.

La verdadera naturaleza de Khwâkâ Khadir se descubre a través de numerosos cuentos populares donde el esquema narrativo se parece al de la «Queste del Graal». Khadir es el maestro del «Río de la Vida» que fluye en la tierra de las tinieblas y que el héroe de la narración quiere alcanzar.

El profeta corresponde al dios védico Varuna, en cuya morada está la fuente de los ríos y que también es transportado por un pez, el makarah.

Esta semejanza entre Varuna y Khadir es más obvia si se considera que el reino del profeta se sitúa en el extremo norte, es decir en la Tierra del Jabalí («Varâhi » en sánscrito), que es la Tierra de la Tradición Primordial, la Tierra Sagrada Polar. En efecto, la raíz «var», por el nombre del jabalí, se encuentra en las lenguas nórdicas bajo la forma de «bor»; «Varâhi» es entonces «Boreas».

Sin embargo, aunque Guénon se negó escribir directamente sobre Khadir, éste había hecho su aparición, algunos meses atrás que la carta de Koomaraswamyy, en Le Voile d´Isis -del que era entonces redactor-, en una traducción de Abdul-Hâdi sobre «Las categorías de la Iniciación» (Tartînut-Taçawwuf) de Ibn Arabî.

En este tratado, que corresponde al capítulo 73 de las «Revelaciones de la Meca (Futûhat…)» el llamado Sheikh al-Akbar («el más grande de los maestros») considera las diferentes vías iniciáticas del esoterismo musulmán.

Los afràd constituyen la tercera categoría del sufismo. Su nombre significa «los solitarios». Se les llama también «los sabios» (al-hokama») o también «los que llegan a la cúspide de la iniciación» (al-waçilûn), y el profeta Al-Khadir es su maestro. Abdul-Hâdî nos lo presenta así: «Kidr es un personaje tan misterioso como importante en el mundo musulmán. Desempeña con los más santos la misma función que desempeñó Gabriel con el Profeta de Allah. Es el Océano de la ciencia esotérica. Se le representa como el distribuidor de las Aguas de la Vida y de la Inmortalidad, y su nombre está ligado al importante símbolo universal del pez. Su leyenda se encuentra en el Corán».

El número de «afrâd» es desconocido e indeterminado, pero forzosamente ha de ser impar. El 3 es el primer número impar después de la unidad, principio de los números que en sí no es un número. Los «abdâl”, los «maestros de la perfección», representan la cuarta categoría de los altos grados del sufismo. Son 7 y todos deben ser «afrâd». En cuanto a la quinta categoría, los «malâmatiyah», las «gentes del reproche», son de número ilimitado y constituyen el grupo más elevado de todas las categorías puestos bajo la jurisdicción del «Polo (Qutb)». Sin embargo es preciso dejar claro que este rango no corresponde a ninguna primacía jerárquica en relación a los afrâd puesto que son ajenos a las vías regulares y habituales de la iniciación. En efecto, los afrâd representan el grado supremo de la santidad, además del «Polo» que es la cumbre espiritual de la época y la más grande autoridad de la jerarquía iniciática, siendo él mismo un «fard» (singular de «afrâd»).

En el tratado traducido por Abdul Hâdi, los datos sobre los «afrâd» son muy sucintos, si bien Ibn Arabî habla sobre ellos en numerosos pasajes de su obra.

El hecho de que generalmente les llama «al-rukkan» (jinetes) nos sugiere que el tipo de iniciación de los «afrâds» es de tipo caballeresco, y la presencia del sable en las representaciones de Al-Khadhir nos lo hace así entender.

Otro nombre que caracteriza a los afrâd es el de muqarrabûn («Los próximos o reconciliados») término coránico que designa la más alta categoría de los elegidos, el que está más allá de la distinción dualista de las «Gente de la Derecha» y de las «Gente de la Izquierda» y que el Corán llama también sâbiqûn, es decir, «los que preceden», «los precursores», «los antecesores». Se puede deducir que los afrâd identifican a esta Vía del Medio, esta Vía del Cielo que es esta vía de la habla Lao-Tsé en su célebre aforismo: «El Tao que puede ser expresado no es el Tao eterno».

Hay otras indicaciones importantes dadas por Ibn Arabî concernientes a los afrâd: carecen de discípulos, no reivindican ningún magisterio y no imponen ninguna disciplina y dispensan su ciencia como un don al que uno puede acogerse o rehusar.

Una de sus características fundamentales es su renuncia a todo movimiento propio por estar en un estado de reposo perpetuo: no se mueven, son antes bien portados por una montura que tira de ellos, una potencia, una fuerza deseada que es el Amor de Dios. Pues ellos son «los queridos-deseados» (al-murâdûn) más que los que desean, pues son los Amados del Amigo.

El sueño -la dormición- es para ellos el estado privilegiado de abandono a Dios, un mi´raj, una ascensión parecida a la del Profeta Muhammad, que fue transportado por Allah en su sueño (Corán 17,1). Actuando por esta fuerza del Deseo, ellos son los agentes del Secreto -o más exactamente, del Sello que les preserva: ellos se mantienen apartados hasta la hora en que deberán darse a conocer. Y es que hay, según Ibn Arabî, dos tipos de profecía: la legisladora cuyo sello es Muhammad -Sello de la Profecía- y una profecía indeterminada que representa el grado supremos de la santidad, la profecía de los «afrâd» que sellará Jesús, el «Sello de la Santidad».

Una nota de Titus Burckhardt nos resultará esclarecedora: «El papel del Sello de los Profetas corresponden a una función cíclica principal, mientras que la función del Sello de los Santos es necesariamente intemporal y oculta; ella representa el prototipo de la espiritualidad, independientemente de toda misión (risälah)».

Algunos años más tarde, en 1946, en otro artículo de Abdul Hâdî, «Páginas dedicadas a Mercurio», aparecido en «Etudes Traditionnelles», en el subtítulo «Las dos cadenas iniciáticas» introduce el siguiente párrafo: «Una vía es histórica, la otra es espontánea. La primera se comunica en los senderos establecidos y conocidos, bajo la dirección de un sheikh vivo, autorizado, poseedor de las claves del misterio; tal es Et-Talîmur-rijal o Instrucción de los Hombres. La otra vía es Et.Talîmur-rabbâni o Instrucción Señorial, que yo me permito denominar Iniciación Marial, puesto que es la que recibió la Santa Virgen (…) Esta segunda vía es actualmente poco frecuente en Europa, al menos en sus grados inferiores, pero resulta casi inexistente en Oriente. Hace ocho siglos la Iniciación Marial era tan frecuente como en el Oriente musulmán porque ella es sobre todo pragmática». Según esto, por consiguiente, en lo que concierne a la vía de los afrâd, Abdul-Hâdî no se refiere, como podría esperarse de él, al maestro Al-Khadir sino, cosa extraña, a la Virgen María.

La redacción de la revista -es decir, Guénon en persona- diligentemente añadiría una larga nota al respecto con el propósito de «precisar el sentido»: «En lo que respecta a la Vía de los afrâd, cuyo maestro es Seyidna Al-Khidr, y que está fuera de lo que podría llamarse la jurisdicción del «Polo» (Al-Qutb), que sólo comprenden las vías regulares y habituales de la iniciación. No nos cansaremos de insistir en que se trata de caos muy excepcionales y que sólo se produce en circunstancias en las que la transmisión normal se vuelve imposible, por ejemplo ante la inexistencia de cualquier organización iniciática regularmente constituida».

Como se constata, Guénon no utiliza la expresión «Vía Marial» -él no la rechaza por tanto, y precisa simplemente que el maestro de los afrâd es Al-Khird que, precisamente, no es citado en el párrafo en cuestión de Abdul-Hâdî. Por otro lado, cuando Guénon indica que esta vía no se ofrece más que «en ausencia de toda organización iniciática regularmente constituida», no tiene manifiestamente en cuenta la afirmación de Abdul Hâdî según la cual este tipo de iniciación eran antaño tan frecuente como la vía regular ocho siglos atrás en el Oriente musulmán, de donde se puede, por tanto, suponer que en aquel tiempo el Tartîbut-Taçawwuf, es decir las órdenes iniciáticas, no están ausentes en el Islam.

Todo ayuda a creer, por consiguiente, que en esta nota, el sheikh Abdel Wahed Yahia, desde su autoexilio en El Cairo, supo «nadar y guardar la ropa», y es que la función metafísica que se experimenta a través de René Guénon, y que se puede designar con el calificativo de Iniciación, es precisamente aquella de la cual Al-Khadir es el maestro.

GENEALOGÍA INICIÁTICA DE LOS SOLITARIOS

La Virgen María, que el ángel saluda como «llena de gracia», es el icono de los afrâd, la mujer perfecta que el Islam llama «Fâtir » porque ella es la expresión absoluta de la «Naturaleza Original”.

En los evangelios canónicos no se hace jamás alusión a linaje alguno de María. Todo acontece como si ella no tuviera antepasados, como si ella no perteneciera a linaje humano alguno: la cadena biológica se interrumpió con ella.

Esta ascendencia misteriosa nos retrotrae a este otro desconocido, Al-Khadir, que los musulmanes consideran como profeta -aunque no pertenece a ningún linaje profético. Sin embargo, una tradición referida por Kasimirsky afirma que se le considera proveniente de Pinchas, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, del que su alma habría pasado sucesivamente al cuerpo de Elías, y después al de San Jorge. Y bajo este punto de vista cabe recordar que María es llamada «hermana de Aarón» en el Corán.

Pero sin duda podría interpretarse esta tradición a partir del nombre «Aarón» que deriva de «Arôn», nombre que designa en hebreo un cofre, es decir, el arca. Simbólicamente Aarón es una personificación del Arca de la Alianza y, por consiguiente, la filiación de María y de Al-Khadir a la familia de Aarón muestra sobre todo que pertenecen a la familia de la Tradición Primordial.

Por otra parte, la literatura paratestamentaria aporta un texto, esencial y muy poco conocido, que introduce otro personaje en lo que podríamos llamar una genealogía iniciática de los solitarios. Se trata del «Libro eslavo de Henoch»» en el que se indica que Sophonim, madre de Melkisedeq, había concebido su hijo sin conocer hombre alguno. Esta concepción virginal de Melkisedeq no contradice, en el plano simbólico, a su caracterización canónica, tal como aparece en hebreos (7,39), donde se dice de él: «Sin padre, sin madre, sin genealogía, no teniendo principio de días ni final de vida».

Es significativo recalcar que cada uno de estos tres personajes sin generación intervinieron más específicamente en los tres libros sagrados de la tradición abrahámica: Melkisedeq en la Thora, María en el Evangelio y Al-Khadir en el Corán. Observemos igualmente que si el nombre de Melkisedek vetero y neotestamentario no aparece explícitamente en el Corán, María, en cambio, es nombrada en el Evangelio y en el Corán pero no en la Thora. Por último, Al-Khadir sólo aparece en el Corán, y únicamente es citado directamente en la sura XVIII. Tal indistinción original es la expresión de la verdadera catolicidad, del auténtico ecumenismo.

Charles-Andé Gillis lo explicó muy bien tomando el término coránico de «al-Fitrah» como referencia. Esta noción equivale al Dharma del hinduismo, es decir, la Verdad Original. La Fitrah se manifiesta desde el origen en el llamado «Pacto Primordial» que Allah tuvo con los hombres. ¿Él les dijo: «No soy yo vuestro Señor? Respondieron «Sí, lo atestiguamos» (Corán 7,171). Este reconocimiento del verdadero Padre -de su Señorío Divino- es el que más se olvida el ser humano, de ahí la necesidad de la búsqueda iniciática de la Palabra Perdida. Más, ¿qué acontece en los casos en que se da una «ausencia de toda organización constituida iniciáticamente»…?

Según Charles-André Gilis, «puede acontecer, en algunos casos muy excepcionales, cada vez más raros a medida que el ciclo humano se acerca a su fin, y sujeto a ciertas gracias providenciales y compensatorias, que este Recuerdo no se haya perdido; en otros términos que la influencia del «padre y madre» no nuble la consciencia actual de la «filiación única» que es el de la Fitrah». El carácter marial de esta filiación es propio de la vía de los afrâd.

LA VIRGEN DE LOS AFRÀD

Si volvemos ahora al párrafo citado de Abdul Hâdî, «Las dos cadenas iniciáticas», constataremos que nos reenvía implícitamente a una época clave que corresponde a un momento de intensa presencia marial en Occidente: la época de las peregrinaciones medievales de los siglos XI y XII ligadas a los cultos de las Vírgenes Negras. El culto de las Vírgenes Negras debe ser puesto en relación con el hermetismo cristiano.

Abordaremos ahora un aspecto esencial de nuestro personaje, puesto que la vía de los afrâd parece reposar sobre técnicas de realización operativas («pragmáticas», dice Abdul Hàdî) próximas a ciertas formas de la alquimia espiritual.

La verdad fundamental y secreta del cristianismo es su esencia alquímica: es la Alquimia Real y Total, la Cristogénesis amorosa y sacrificial que separa al puro del impuro. La mayoría de los tratados alquimistas se presentan bajo la forma de un sueño o de una visión y, según la expresión de Henry Corbin, la alquimia pertenece al «Mundus Imaginalis» (Mundo de lo Imaginal).

Esta noción de Mundus Imaginalis se revelará indispensable en nuestro acercamiento a la vía de los afrâd porque ella supone una conjunción esotérica del Cristianismo y del Islam, así como el reconocimiento de su filiación oriental -en el sentido metafísico y no geográfico del término. Esta filiación abre la perspectiva de un Tercer Mundo entre el mundo Inteligible y el sensible. Un Tercer Mundo de lo Imaginativo que el Islam denomina «âlam-al-mithal», para el que ha inventado el orientalista Corbin el neologismo «Imaginal», a fin de diferenciarlo de lo imaginario tal y como lo concibe nuestra psicología exotérica y particularmente la psicoanalista. Porque no se trata aquí de un onirismo psíquico, tal como practicaron algunos surrealistas en nuestra literatura, sino de un verdadero onirismo espiritual, del que llevaron a cabo Rimbaud, Nerval o Villiers de l´Isle-Adam. Lo Imaginal es el mundo de la realidad objetiva de la Revelación – la Anunciación de Gabriel a María pertenece al mundo espiritual -que se puede concebir como el de las analogías y de los símbolos. Entre lo divino y lo humano, el símbolo, lejos de negar la realidad tangible del evento, le devuelve su sentido anagógico, el «verticalizado».

Este «Mundus Imaginalis» es el que el platonismo neo-zoroastriano de Sohrawardi designa como la Tierra Celeste de «Hûrqalyâ», la tierra que, según la más bella expresión de Corbin, es la Teúrgia de su Ángel porque, por su femineidad, constantemente virgen, de ella emanan las Inteligencias Querubínicas.

Descubrimos así un triple universo: el mundo del hombre que es el de la percepción sensible; el mundo del alma que es el de la percepción imaginativa, y el mundo del ángel que es el de la percepción inteligible. «Ver las cosas de Hûrqakyâ» es descubrir el sentido oculto de las cosas, la historia espiritual transparente bajo los eventos históricos.

Este mundo interior, visionario, no ha sido mejor descrito que en los relatos visionarios de Sohrawardî, el filósofo iraní del s.XII cuyo pensamiento se inspira en las fuentes mismas del mazdeísmo ancestral. Es el mundo donde se cumplen los hechos de nuestra hiero-historia, las teofanías, las manifestaciones del «Xvarnah -la Luz de Gloria» de la teosofía zoroastriana, tan cerca de las manifestaciones de nuestro Santo Graal.

Todos los relatos místicos de Suhrawardî son la representación de un prototipo de búsqueda que es la demanda-búsqueda (Quète) de Al-Khadir. La historia espiritual del profeta, la historia de su retorno hacia la puerta celeste, norte cósmico, «roca de esmeralda» en la cima de la montaña Qâf, en la cúspide de la jerarquía esotérica. Es el paraíso terrestre de la Hiperbórea, la tierra que no fue alcanzada por la Caída adámica, la Tierra de las Almas de la que habla el poeta persa Abdul Karim Jili: «el suelo es pura harina de trigo candeal muy blanca, el Cielo es de verde esmeralda; sus habitantes sedentarios son de una raza pura y de alta nobleza y no reconocen a otro rey que no sea Khezr (Al-Khadir)». Es allí donde reside Sîmorgh, el maravillo pájaro divino, forma angélica de Al-Khadir «el verdeante», porque por este color verde que le califica, el profeta testifica esta visión esmeraldina que es la capacidad espiritual de «ver las cosas de Hûrqalyâ».

Iniciador de la vía profética secreta, Al-Khadir, el maestro de los (sin) maestros, representa la figura misma del guía interior, el que orienta el peregrinaje del alma. A los ojos de Suhrawardî, el encuentro con el ángel es la clave de la ascensión del alma hacia la luz. En la medida en que Dios es inaccesible en su esencia, nosotros no podemos encontrarle más que a través de su manifestación angélica. En este cara a cara con el ángel, el alma descubre, en el arcángel al que ella está unida, su alter ego. Del sufismo, Sohrawardî recibió la idea de un maestro interior que, en su realidad esencial, no es otro que el Ángel de la Revelación, el arcángel Gabriel.

Uno de los textos más bellos de Suhrawardî, el Arcángel purpúreo termina con estas palabras: «Si tú eres Khezr, también puedes franquear la montaña de Qâf». Y, en otro de sus relatos, «El Exilio Occidental», el narrador probará su capacidad de reconocer a Khezr al referir, «en primera persona», la Búsqueda profética de Al-Khadir. La narración suhrawardiana instaura una vía operativa de escritura que es la de los afrâd.

Cuando un alma singular encuentra al arcángel Gabriel, éste es el «ángel personal» que ella ve. El ángel personal es el que la doctrina suhrawardiana de la Luz llama «Naturaleza Perfecta». El ángel Gabriel es el ángel-arquetipo de la humanidad.

En un relato iniciático de una belleza sublime, Le bruissement des ailes de Gabriel (El rumor de las alas de Gabriel) Sohrawardî muestra el símbolo de la dualidad de la Naturaleza Perfecta a partir de las alas del arcángel: su ala derecha es blanca y su ala izquierda es negra, símbolos respectivos del espíritu y del psiquismo (Noûs y Psyquê). Así que, el Espíritu Santo, enviado a María, se muestra con dos alas, una pura y la otra no tenebrosa y ahrimaniana sino como un susurro ceniciento-lunar (entenebrada), y, por tanto, en este reflejo de la luz que constituye el ala izquierda del ángel, las tinieblas, por la voluntad de Dios, pueden precipitarse.

LA CIENCIA DE HERMES, CIENCIA DE LA INVOCACIÓN DE LA NATURALEZA PERFECTA

René Guénon ha definido el hermetismo como perteneciente al dominio de la Iniciación Real. Es una tradición de origen egipcio helenizada, transmitida por los árabes al mundo cristiano medieval y cuyo nombre deriva del dios Hermes, que los griegos consideraban idéntico al Thot egipcio y que se correspondería con el Mercurio romano. El hermetismo es «una aplicación de la doctrina principal del conocimiento de lo que podemos llamar el Mundo Intermediario, es decir, el dominio de la manifestación sutil en el que se sitúan las prolongaciones extracorpóreas de la individualidad humana».

El culto a las Vírgenes Negras integra la figura marial en el simbolismo de la Gran Obra alquímica .que es la finalidad misma de la doctrina. La relación de las Vírgenes Negras con el Arte Real está inscrita en el corazón de nuestras catedrales, en la cripta subterránea donde María simboliza la «materia» de los alquimistas.

Se sabe que el sentido de la Gran Obra es obrar una transmutación de la materia simultáneamente a la transfiguración del alma del adepto. Como toda ciencia tradicional operativa, el método alquímico se funda sobre la imitación del acto cosmogónico primordial.

Se encuentra en la escena de la Anunciación la gran cosmogénesis védica donde el papel de «Purusha» correspondía a Gabriel y el de Prakriti a María. Se trata para el filósofo de realizar el matrimonio hermético entre lo ígneo, el alma-azufre, y lo volátil, el espíritu-mercurio -cabe reseñar al respecto que en la India el mercurio es la simiente de Shiva, al que se consagran los linga mercuriales. El mercurio es entonces el principio masculino, el yang, el cual tiene el poder de purificar y de fijar el oro, y es un alimento de la inmortalidad, símbolo del soma, de ahí que el tantrismo se aplica a controlar la secreción y la circulación.

Sobre la vía alquímica la Virgen Negra desempeña el papel de la Gran Iniciadora: es el modelo al que el alma del iniciado debe conformarse. En esta perspectiva, el alma deberá aniquilarse para entrar en la Noche Oscura, para que el rayo del Espíritu pueda iluminar la oscuridad, tornando blanca la tierra negra y transfigurándola en «Agua Viva».

Pues bien, existe una técnica iniciática y marial que es la de los âfrad. Esta ciencia permite penetrar en el «Mundus Imaginalis». Es una alquimia espiritual que descansa en la invocación del Nombre y sobre la contemplación de la imagen santa.

El rosario -que en opinión de Frithjof Schuon es la «Oración del Corazón» de Occidente- es una técnica de oración encantatoria e invocadora. La repetición del nombre divino actualiza el Recuerdo de Dios -el «pacto primordial»- en la conciencia del orante, al mismo tiempo que este último visualiza y dramatiza los misterios de su propio corazón. El orante debe revivir en su propio Nombre el misterio de los Nombres divinos y tal es el tipo de iniciación recibido por María. El orante deberá identificarse con la Virgen de la Anunciación y recibir las palabras del Ángel.

Él la saluda: «¡Ave María!». El núcleo fundamental de toda la himnología marial está al completo totalmente en esta bendición. El saludo angélico del Ave María es la clave de la fórmula de la iniciación marial. «Ave María»: estas palabras mántricas adquieren no sólo un valor teológico sino también iniciático. Tradicionalmente «Ave María» evoca al «Aum» hindú -equivalente del «Amén» hebraico- puesto que, si se tiene en cuenta la equivalencia en latín de las dos letras («v» – «u») se obtiene Av(e) M(aría).

Así, los tres nombres divinos de la invocación del Rosario son Ieschoua (Jesús), Mariam (María) y Aum (Ave María). Son los tres nombres en que reside la fuerza operativa de la oración.

Hay una práctica cristiana de los mantra: la influencia poderosa de los nombres, pronunciados interiormente, en una iniciación alquímica. A este respecto hay que reseñar que los adeptos definen su «fuego secreto, espíritu viviente y luminoso» como un cristal translúcido y verde.

La bendición del Ángel Gabriel, «Ave María», equivalente del nombre sagrado «Amén», es entonces el Alfa y Omega de la Cristogénesis alquímica. En efecto, este Nombre divino, «Amén», es el último nombre del Apocalipsis de Juan -cierra el último libro y lo abre por otro lado. La palabra del Ángel de este lugar del pasaje apocalíptico -que es el lugar del Ángel- es el lugar donde se opera la inversión final, entre dos ciclos, y que el hinduismo llama «Paravrtti».

Porque el misterio de Gabriel y de María, el misterio de la palabra crística, debe revelarse en los tiempos apocalípticos -ella se revelará nuevamente de otro modo. De ahí que la sura XVIII del Corán nos parezca esencial en esta perspectiva escatológica dado que es el único lugar del relato abrahámico donde interviene Al-Khadir, la forma profética del Ángel.

LA SURA DEL FINAL DE LOS TIEMPOS

El personaje de Al-Khadir sólo aparece en la sura XVIII, la de «Los Compañeros de la Caverna» (Ahl al-Kahf). El título evoca el simbolismo polar puesto que la caverna está ligada íntimamente a la montaña y a la «axialidad de los polos».

La letra árabe «Qâf» está, además, considerada como «jeroglífico del Polo» por René Guénon, puesto que equivale no sólo fonéticamente al nombre significativo de «caverna» (Kahf), sino que representa también en la tradición árabe, el nombre mismo de la Montaña Sagrada o Polar.

Al-Khadir está presente en cada uno de los tres relatos de la sura. Sin embargo no está explícitamente nombrado -es la tradición exegética quien identifica al «perro» de los Compañeros con el mismo Servidor de Dios que encuentra Moisés en el segundo relato.

Consideraremos únicamente el primer relato, que es el que da nombre a la sura. Es la leyenda de los «Siete Durmientes de Éfeso» que tiene la particularidad reseñable de que es común al cristianismo e Islam.

En el año 250, dice la tradición, durante la época de las persecuciones de los cristianos por el emperador Decio, tres, cinco o siete jóvenes, según el Corán -siete en la leyenda cristiana- se refugiaron en una caverna para sustraerse a los cultos idólatras. Por orden de Decio fueron emparedados vivos. Eran jóvenes cristianos «sumidos por Dios en la religión de Jesús, hijo de María», comenta Tabarî: «Dios hizo morir las almas de estos jóvenes en el sueño y su perro quedó despierto solo» (Tafsir, XV, 126). Tras dormir 309, fueron despertados y pudieron testificar acerca del milagro de su resurrección.

Louis Massignon considera este relato de los siete mártires resucitados como el «Apocalipsis» del Islam.

El perro que vela solitariamente en la caverna desempeña el papel de un Kerub (querubín): «… su perro, con las patas extendidas, está tendido sobre el suelo», podemos leer en el verso 17 de la sura. Se observará que su ubicación y soledad corresponde al de la tumba de santa María Magdalena, a la entrada de la cripta de los Siete Durmientes venerados en Éfeso. Según Massignon, el perro de la caverna sería Al-Khadir; textos islámicos le atribuyen, en efecto, un papel no sólo de guardián sino también de instructor de los Durmientes. Además es interesante observar las dos series de números que se dan en la aleya 21: «Él dirá: ellos eran tres, el cuarto es el perro; otro dirá: eran cinco, su perro era el sexto. Se escudriñará el misterio. El de más allá dirá: eran siete y su perro era el octavo. Di: Dios sabe mejor que nadie cuántos eran. Sólo unos pocos lo saben».

Se podrá observar que la primera serie de números (3,5,7) se aplica a los Durmientes y que son los tres primeros números impares: es así como podemos reconocer que los Compañeros de la Caverna eran afrâd.

El perro se considera parte y cosa aparte. Se coloca al pie de ellos, lo que da 17. Si dividimos 357 por 17 se obtiene 21, que es el número correspondiente a Shin, letra del alfabeto representante del Espíritu Santo; número que es además el de la aleya de la sura. Por otro lado, si se sustrae 357 (correspondiente a la serie de números aplicados a los Durmientes) de 468 (correspondiente a la serie de números que se aplican al Perro), se obtiene 111, número cuyo poder simbólico es grande puesto que se trata de un número polar, el alef hebraico, o alif árabe. Este número representa la unidad expresada simultáneamente en los Tres Mundos, lo que caracteriza la función misma del Polo: «Qutb», en cifras, es también 111 (100+9+2).

Prosiguiendo con las consideraciones numerológicas, diremos a continuación que el perro de la sura, asimilado a Al-Khadir, no es sino el llamado «Veltro», personaje iniciático que aparece también bajo el aspecto de un perro en la «Divina Comedia» y que, según la predicción de Beatriz, se le asigna el número 551, representando al Mesías por venir, el destructor de las potencias contra-iniciáticas del final del ciclo: «Un cinquecento diece et cinque, messo di Dio» (Purgatorio 33, 43-4). Pero lo que es remarcable es que este número es uno de los valores numéricos de «Shaddai».

En su primer artículo en «Etudes Traditionnelles», aparecido en 1950, Denys Roman insistía ya sobre el valor simbólico del color verde y su nombre: «está compuesto de las mismas consonantes que las palabras «vertu», «vertical», «verite» (virtud, vertical, verdad). Vert (verde) en latín se dice Viridis, que tiene como raíz «vir», de la que provienen palabras como virtualidad, virulencia, virilidad… Se da entre el color verde y la idea de fuerza una relación misteriosa. El verde, según Denys Roman, es símbolo de la esperanza, la virtud teologal que corresponde a la «fuerza» de la Masonería.

La orden caballeresca de «La Anunciada» tenía por divisa «Fert» de la que se han dado las explicaciones más bizarras, pero que probablemente habría que interpretarla como «Fuerte» (Fort) como derivada de «Vert», cuya primera consonante ha sido fortalecida fonéticamente.

Esta referencia a la «Orden de la Anunciada», fundada en 1362 por el duque Amadeo VI de Saboya y que se encuentra bajo la invocación de la Virgen María, nos parece particularmente interesante porque establece una correlación entre la Virgen y El-Shaddai. Este Nombre divino, «Shaddai», proviene del hebreo «Shed», «El seno», símbolo de la Naturaleza Nutricia. En la Kabala, toda la creación y todas las criaturas están ligadas a las fuerzas de la naturaleza (tierra, agua, fuego, aire). Estas fuerzas de la naturaleza se llaman Shédim. Y el Señor de las fuerzas naturales es, por tanto, «El-Shaddai».

Hemos visto que el número 515 en Dante se identifica a la figura del perro, cifra del Nombre divino Shaddai, pero existe otro valor numérico de este Nombre que lo relaciona con Schiloh de la profecía de Jacob: «El cetro no se marchará de Judá, ni el bastón de jefe de entre sus pies, hasta que venga Schiloh» (Génesis 49, 10). Para las tradiciones hebraica y cristiana este texto anuncia el advenimiento mesiánico del Final de los Tiempos. Es remarcable que Schiloh tiene el mismo valor numérico simple que el Nombre divino El-Shaddai, es decir, 345.

La figura del ángel Gabriel se identifica con esta misma función iniciática y escatológica: Gabriel en hebreo significa «fuerza divina», «Dios se muestra fuerte». Esta misma connotación de «fuerza» se encuentra en la lengua árabe, en la que el nombre del ángel Gabriel (Jibril) es muy similar al nombre divino «Al-Jabbar (El Todo Poderoso)». Según la tradición hebrea, en la era mesiánica Gabriel combatirá contra Leviathan.

La doctrina islámica rechaza la idea de que «El Altísimo, al-Alí», pueda ser el padre del Cristo manifestado, pues ello implicaría que el Único puede entrar en relación de par con otro, lo que resulta inconcebible. Es por ello que el Espíritu Santo tiene un estatuto angélico y es Nombre divino con el que se identifica el ángel Gabriel.

Por contra, en el cristianismo el ángel Gabriel tiene un simple papel de anunciador y el Espíritu Santo es considerado como una persona divina (de la Trinidad). Pero ¿cómo no considerar al anunciador de la Palabra como una forma hipostática del Verbo? Además como anunciador del Verbo, Gabriel debe relacionarse con Juan Bautista, último de los profetas del Antiguo Testamento y precursor que anuncia el Nuevo, «mensajero que abre el camino», según Malaquías (3, 1): «He aquí que yo envío mi ángel, el cual preparará el camino delante de mí. Y luego vendrá a su templo el Señor, el Señor a quien buscáis vosotros, y el ángel de la Alianza de vosotros tan deseado. Vedle ahí que viene”.

No obstante, este Ángel de la Alianza ¿no será el Ángel de Yahvé al que Agar llama El Rey? (Génesis 16,13) y que se anuncia también unos versículos después como «Yo soy El-Shaddai» (Génesis 17,1).

Observemos que en la iconografía medieval de la Iglesia Ortodoxa, San Juan Bautista, el precursor de Cristo, es representado con alas. El que «abre el camino» designa esta Vía del sacrificio que es la de los afràd, doctrina secreta que se manifiesta en la kenosis divina de la Encarnación -el acto absoluto del Amor por el que Dios se despoja, se vacía de poder, porque él quiere parecerse a su criatura, acercarse a él y salvarle: «Él, de condición divina, no retuvo celoso el rango que le igualaba a Dios, sino que él mismo se anonadó a sí mismo tornando la condición de esclavo y volviéndose similar a los hombres» (Filipenses, II, 6-7).

El personaje de san Juan Bautista – del que es conocida la veneración que le tenían los caballeros templarios, así como la tenían a la Virgen María- enlaza con la figura del precursor y puede asimilarse al del profeta Elías. En efecto, al inicio del evangelio de Lucas, el arcángel Gabriel anuncia a Zacarías el nacimiento de Juan Bautista, le predice que su hijo «unirá el corazón de los padres al corazón de los niños». Sin embargo esta expresión se encuentra igualmente al final del Antiguo Testamento en un versículo de Malaquías: «He aquí que yo os enviaré a Elías el profeta, antes de que llegue el día terrible del Señor. Y él unirá el corazón de los padres al de los niños».

Esta identificación es muy destacable, sobre todo porque se sabe que Elías, bajo la forma musulmana de Ilyas, es a menudo vista como otro nombre de Al-Khadir.

¿Encontraremos por aquí la figura enigmática del «Baphomet»? De forma circunstancial, John Charpentier había ya sugerido que Baphomet podría ser una contracción de «Bap (tiste)» y «(Ma) homet». Este comentario es más serio de lo que parece aunque sólo fuera porque reconoce de manera implícita la transmisión por la vía islámica de una tradición hermética y su incorporación en el esoterismo cristiano.

Ahora bien, hablando en serio, lo que debiera interesarnos desde el punto de vista iniciático más que la hermenéusis sobre las letras en sí no es otra cosa que, entre todas las grafías de siete letras (Bafomet, Bofumet, Baphomet), nuestro «Baphomet» tiene ocho letras.

Recordaremos, al respecto, el versículo de la sura de los últimos tiempos: «Ellos eran siete, su perro era el octavo». En «Baphomet» está en cierto modo la «H», la octava letra del alfabeto que representa el perro. Así que la elección gráfica del «phi» griego sería de orden iniciático.

Fulcanelli ha mostrado el valor simbólico de la letra «H» en el lenguaje de ciertas corporaciones hermético-místicas. Recordemos su evocación del artesonado del maravilloso techo de Dampierre-sur-Bontonne, en Charente-Maritime, donde él ve una corona trinitaria por encima de una gran «H» rodeada por una filacteria que dice: «In Te Omnis Dominata recumbit», que traduce como «En ti reposa toda Potencia», y, por otro lado, el gran alquimista declara en el estudio que le consagra a dicho artesonado: «La letra H, o al menos el carácter gráfico que la representa, había sido escogida por los Filósofos para designar el Espíritu, alma universal de las cosas».

Según Eugèn Canseliet se puede ver la representación más segura del Baphomet en la ilustración de la portada del libro Todas las Obras del filósofo anónimo Filaleto: «El mercure-mercurius-mercurio está de pie sobre la esfera y cubre su cabeza con una corona que está sobre el signo metálico-astrológico que designa simultáneamente el planeta y al mercurio, que tiene las alas desplegadas y los brazos horizontalmente extendidos».

El valor criptográfico de una palabra se obtiene sumando el rango alfabético de cada una de sus letras en el sistema de la lengua utilizada. Lo que da, en francés, para el nombre de Baphomet, 80.

Si realizamos la comparación con la expresión hebrea «Roua´h Hakodesh», el Espíritu Santo, vemos que tiene un valor idéntico de 80. El equivalente árabe es «Er-Rûh», que algunos textos coránicos identifican con Jabril (Gabriel).

¿Podría, por tanto, Al-Khadir asimilarse al Baphomet? Podría recordarse al respecto las cuatro estatuas bafométicas encontradas no ha mucho, al inicio del siglo XIX, en el museo imperial de Viena, por el arqueólogo austríacos Hammer Purstall.

La más importante de las estatuas es un personaje en pie, vestido con traje faraónico. Porta barba y tiene cuernos encorvados encima de la cabeza, como un Hermes. Se remarca una inscripción, en caracteres árabes, sobre sus brazos colgantes. Porbst-Biraben y Maitrot de la Motte-Capron la descifraron así: «El Señor Kouïder (el que perturba)». Puesto que «Al» o «El» significa «señor» y el nombre Kouïder está muy próximo a Khadir…

Más, ¿por qué ha de ser Khadir «el que perturba»? Recordemos ahora las terribles palabras de Leon Bloy anunciando la venida del Paráclito: «Él es ciertamente el Enemigo, de tal modo idéntico a Lucifer que fue llamado Príncipe de las Tinieblas, que es poco menos que imposible distinguir en el éxtasis beatíficos, separarlos… Que el que pueda comprender, comprenda. La Madre de Cristo ha sido considerada la Esposa de este Desconocido al que la Iglesia teme, y es por esta razón por lo que la Virgen es prudentemente invocada bajo el nombre de Estrella de la Mañana y Vaso Espiritual».

Es de su más grande poder entre los hombre («El-Shadda»i=345) con el que Dios se despoja para revestir su más extrema pobreza entre los hombres (Jesús), y el cuerpo de María es el lugar de este sacrificio.

Porque el poder de Dios reside en su Nombre -que es el Nombre (He Shem=345) y este es el Nombre del que se despoja. En tanto que Hijo del hombre, Jesús, como todo ser humano, está enlazado a su ángel personal que le protege y canaliza sobre él las más altas energías del Padre. El Ángel guardián de Jesús no es otro que el «Ángel del Señor» del escrito de Mateo (I,20), el que Lucas asimila a Gabriel y el que se revela bajo el nombre de «El-Shaddâi», el que el Islam llama Al-Khadir y que reconocen en Elías (Ilyas).

Sin duda es así como nos lo hace comprender las siguientes palabras del Sheik al-Akbar: «El Sello de los Santos bebe de la misma fuente donde bebe el Ángel que inspira al enviado de Dios. Si tú comprendes lo que estoy aludiendo es que has alcanzado la ciencia totalmente eficaz».

Hay un hadiz donde el profeta habla del «Pájaro Verde» cuyo buche es como un abrigo del otro mundo, un refugio a los espíritus de los «testigos de la Verdad». El buche del Pájaro Verde es esta tierra de la que Al-Khadir es el rey, la tierra de Var que conserva la simiente de los cuerpos de resurrección, el Agua de la Vida. Y la «Ciencia plenamente eficaz» de la que habla Ibn Arabi es la ciencia de la formación y de la eclosión de los cuerpos de resurrección, la ciencia de los afrâd, porque la formación del cuerpo de resurrección es un don del Ángel y el nacimiento del «cuerpo de resurrección» es un don de María.

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