La Sabiduría en la cábala hebrea, por Álvaro González

El siguiente texto es el capítulo 11 del libro De la Metafísica a la Sabiduría, de Álvaro González, que puede adquirirse en Amazon: https://www.amazon.es/dp/B0CH2H6MV1

Comentario previo del capítulo 3, «Imagen y semejanza», en relación con el corazón espiritual:

En primer lugar, es necesario remarcar que la cábala es una ciencia que trabaja profundamente con la palabra y el número, siendo la Torá el epicentro del hacer cabalístico.

El alefato hebreo está compuesto por 22 letras, y hay que destacar que tanto en la lengua hebrea como en la árabe —pues comparten raíces semíticas— cada letra y su grafía son símbolos por sí mismos. Cada letra tiene una correspondencia numérica, y el número de cada palabra es la suma de todas las letras que la conforman. Hay diferentes sistemas de numeración e interpretación cabalística, pero no nos detendremos en este particular, porque nos desviaríamos en exceso de la cuestión.

Lo segundo a destacar es la cosmología tradicional de la cábala. Esta es explicada a través del archiconocido Árbol Sefirótico.

Árbol Sefirótico.

El Árbol —un símbolo del axis mundi— está compuesto por 10 Sefirot (plural de Sefira, «cuenta, emanación»), unidas por 22 «trazos» que las interrelacionan, sumando en total 32, que es el total de caminos de la Sabiduría. El Árbol Sefirótico habla tanto del Macrocosmos como del Microcosmos, de los procesos cósmicos y de los iniciáticos, en el ser humano.

Una sefira es una hipóstasis formadora de la Creación. Esta palabra comparte raíz con tres términos que ayudan a explicar gráficamente lo que es una sefira: Sefer («libro»), Sefar («número»)[1] y Sippur («comunicación, narración»).[2]

Según Aryeh Kaplan,

«Estas tres palabras también definen el término Sefirah. […] [Respecto a Sepher, «libro»,] Como un libro, cada Sefirah puede registrar información. Las Sefirot sirven entonces como un banco de memoria en el dominio de lo Divino. En las Sefirot queda así construido un registro permanente de todo lo que alguna vez ha tenido lugar en toda la creación.

En segundo lugar, la palabra Sefirah comparte raíz con Sephar, que significa “número”. Son las Sefirot las que introducen un elemento de número y pluralidad de la existencia. El Creador, el Ser Infinito, constituye la más absoluta unidad y el concepto de número no se le aplica en modo alguno. Por eso, hablando del Ser Infinito, el Sefer Yetzirah se pregunta: “Antes del uno, ¿qué has de contar?” (1:7). El concepto del número solo viene al ser con la creación de las Sefirot.

[…]

Por último, la palabra Sefirah comparte raíz con Sippur, que significa “comunicación” y “narrativa”. Las Sefirot son los medios con los que Dios se comunica con su creación. Son también los medios a través de los que el hombre se comunica con Dios. Si no fuera por las Sefirot, Dios, el Ser Infinito, sería absolutamente incognoscible e inalcanzable. Sólo a través de las Sefirot puede Él ser aproximado.

[…]

En sentido místico, las Sefirot constituyen una escalera o árbol que se puede “subir” y aproximarse así al Infinito.»[3]

Texto, Número y Comunicación. Libro, Orden e Interrelación. ¿Qué lugar tiene el corazón aquí?

En hebreo, corazón es lev (לֵב), y su número es el 32. Como indica Kaplan, «Como el Bahir establece, el corazón representa los 32 senderos de la Sabiduría. Se asciende a la dimensión espiritual mediante esos 32 senderos».[4] Es a través del corazón encendido, del anhelo ardiente, que es posible unir el propio corazón con el «Corazón del Cielo», el Zeir Anpin o Pequeño Rostro, el Adam Kadmon u Hombre Perfecto, que es el revelador de la Creación, el Logos, primer ángel cercano a Dios que revela Su Discurso (aquí el Uno y el Espíritu sería llamado Arich Anpin o Gran Rostro).

Capítulo 11: La Sabiduría en la cábala hebrea

La Sabiduría tiene un papel esencial en la literatura sapiencial bíblica y por extensión en la Cábala. El estudio y práctica cabalística están correlacionados con la Sabiduría, Hokmá.[5]

Para poder comprender la función y el lugar de Hokmá en el esquema de la Creación, es necesario describir su lugar en el árbol sefirótico y las sefirot con las que guarda una relación más directa, aunque quizá es más exacto decir cercana, ya que todas las sefirot están interrelacionadas. Tengamos en cuenta que sefira es prácticamente un sinónimo de hipóstasis en tanto esencia que genera y sustenta la Creación.

Respecto a esto, hay que señalar que el desarrollo cabalístico, sobre todo a partir de la Edad Media, que es la cábala que más se estudia en la actualidad, bebe mucho del neoplatonismo.[6] Así que en el árbol sefirótico se representan varios aspectos de la Tríada con la que estamos trabajando en esta obra.

Primera tríada sefirótica: Kether, Hokmá y Biná

Existen multitud de «combinaciones» a la hora de hacer hermenéutica espiritual con el árbol sefirótico. Según los aspectos divinos en los que se quiera incidir se puede hablar de varias tríadas, de los tres pilares, de pares de sefirot opuestas que se complementan, los 32 senderos, la relación con las letras y los números de cada sefira, y un largo etcétera.

Para comenzar a ubicar a Hokmá, vamos a definir la Tríada Superior conformada por Kether, Hokmá y Biná, es decir, Corona, Sabiduría y Entendimiento.

Tríada superior del árbol sefirótico.

Kether, la Corona

Kether, la Corona, es la única realidad, trascendencia e inmanencia absolutas. Aunque no es el Uno, sobre todo porque el Uno o Dios no es una sefira, Kether contiene la Unidad de Dios en tanto unidad única e indescifrable.  Es ain sof, lo infinito, lo sin límite. Nada está fuera de él porque todo lo es.

Kether es el Pleroma, el reposo y permanencia más allá del ser. Es inmutable, la pura indistinción. Se le designa como Misterio de misterios. Es Todo y Nada, Ser y no-Ser, increado pero inmanente en todo lo creado. Nada incluye, pero todo está incluido en él, pues es causa de las causas. Es Ehyeh asher ehyeh, «Soy quien Soy» (Éxodo, 3-14), que es todo, pues no hay nada que no sea Él. Como escribe Leo Schaya, «es la identidad esencial de todas las cosas con el absoluto. Es el absoluto mismo: el “Uno sin segundo”».[7]

Es la Voluntad Divina que, como indica Aryeh Kaplan, «está incluso por encima de la Sabiduría, ya que es el impulso que hace surgir a todas las cosas, incluido el pensamiento. En términos cabalísticos se designa a la Voluntad como Corona (Kether)».[8] «Esta es una voluntad suprema, misteriosa por sobre todos los misterios» (Zohar, Pekude, 239a).

Hokmá, la Sabiduría

El «pensamiento» de Kether es Hokmá, «Sabiduría», que emana de él.

Hokmá es la primera causa activa, primera emanación que refleja al Uno. Contiene todo el esplendor de la Creación. Es una «parte» del Nous que nos habla sobre todo de su Unidad «concentrada en un punto».

Como escribe Antón Pacheco,

«la Sabiduría va a desempeñar el papel de instrumento de Yavé en su acción creadora o formadora de la realidad, lo cual significa que la Sabiduría por un lado está supeditada a la divinidad; y por otro lado es la instancia mediadora entre la divinidad misma y el mundo.»[9]

En tanto sefira, Hokmá es una hipóstasis cuya esencia y representación es la Sabiduría de Yahvé. Es la primera presentificación del poder de Yahvé, que irá decantándose en otras sefirot generando todo lo creado.

Hokmá no sólo es trascendente por ser la Sabiduría de Yahvé, sino que también es inmanente por la misma razón. Es Sabiduría presente en todos los seres y sus acciones.

Antón Pacheco indica que un término de interés dentro de la diversidad de significados de Hokmá es el de Dabar, «Palabra» en el sentido metafísico de Logos. «dabar es la determinación esencial de una cosa, […] epifanía de Yavé, la forma que tiene de revelarse».[10]

La Palabra de Yahvé, entonces, es la Vida que constituye el mundo y todas las Teofanías. Hokmá es «principio, origen y modelo de toda realidad».[11] La idea de la Creación como Discurso Divino se hace patente de nuevo.

En la cábala, Hokmá también es llamado mahshabah, «pensamiento», «meditación» y «arte».[12] Es la luz de Yahvé reflejada que contiene todas las Teofanías en su Unidad Perfecta. Es la sefira en la que Dios se conoce a sí mismo, como si se mirara en un espejo. Puede decirse que Hokmá es la Imagen de Dios. El mundo manifestado, la esfera del Alma, es entonces Imagen de la Imagen. Esta sefira también es designada como el «Eterno Edén», el «Árbol de Vida», las «primeras Tablas de la Torah».[13]

Hokmá es llamado El Padre o Padre de los Padres en tanto principio activo del que todo procede.

Es la esencia indeterminada, pensamiento y meditación de Dios que puede ser participada. Como leemos en Proverbios 8, capítulo en el que la Sabiduría es personificada (énfasis nuestros):

«14 Mío es el consejo y la intuición, mía es la inteligencia y mía la fortaleza. 15 Por mí reinan los reyes, y los príncipes administran justicia. 16 Por mí gobiernan los gobernantes, y los nobles que juzgan con justicia. 17 Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan. 18 Las riquezas y la honra están conmigo. ¡Sí, riquezas y justicia perdurable! 19 Mi fruto es mejor que el oro. ¡Sí!, mejor que el oro afinado, y mi ganancia mejor que la plata escogida. 20 Yo hago andar por sendas de justicia, en medio de senderos de equidad, 21 Y hago que los que me aman obtengan su heredad. ¡Sí!, para que yo llene sus tesoros. 22 YHVH me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. 23 Eternamente estaba establecida, ya en el principio, antes de los orígenes de la tierra. […] 30 Yo estaba junto a Él como arquitecto, y era su delicia todos los días, regocijándome ante Él en todo tiempo, 31 Jugueteando en la parte habitable de su tierra, y teniendo mis delicias en los hijos de Adam. 32 Ahora pues, hijos, oídme, porque los que guardan mis caminos son bienaventurados. 33 Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis. 34 ¡Cuán bienaventurado es el hombre que me escucha, vigilando en mis portones cada día, aguardando en el umbral de mis entradas! 35 Porque el que me halla, halla la vida, y alcanza el favor de YHVH. 36 Pero el que peca contra mí, defrauda su propia alma; todos los que me aborrecen aman la Muerte.»

«En Sabiduría los has hecho a todos» (Salmo 104:24). Los seres humanos participamos ontológicamente de ella. Como afirma el Zohar (Terumah 155a):

«Dios creó al hombre en el misterio de la Sabiduría y lo formó con gran arte, e inspiró en él el aliento de vida, de modo que pudiera saber y comprender los misterios de la Sabiduría para aprender la gloria de su Señor».

Biná, la Inteligencia

La tercera hipóstasis y el «cierre» de la Tríada Superior es Biná, «Inteligencia» o «Entendimiento».

Hokmá es el Padre y Biná la Madre, en tanto esta recibe, canaliza y formaliza la irradiación indiferenciada de aquel.

Gershom Scholem describe el despliegue de Hokmá al derramarse en Biná:

«La sabiduría de Dios representa el pensamiento ideal de la Creación, concebida como el punto ideal que a su vez brota del impulso de la voluntad abismal.

[…]

En la siguiente sefirá, el punto se desarrolla hasta convertirse en un “palacio” o “edificio”, alusión a la idea de que de esta sefirá, si se exterioriza, proviene la “construcción” del cosmos. Lo que estaba oculto y, por así decirlo, replegado en el punto, ahora se despliega. Se puede entender que el nombre de esta sefirá —Biná— no sólo signifique “inteligencia”, sino también “aquello que separaba las cosas”, es decir, la diferenciación. Lo que antes era indiferenciado en la sabiduría divina existe en el seno de la Biná, la “madre superior”, como la “pura totalidad de toda individuación” (Zohar I, 15 b).»[14]

La revelación de la Sabiduría es acogida por la receptividad de Biná, sefira que contiene y refleja la Luz de la Sabiduría de Dios. De esta manera, esta Tríada Primera representa a Dios revelándose a sí mismo. Esta tríada conforma el Arikh Anpin o Gran Rostro mencionado en el capítulo 3.

Moshé Cordovero, cabalista sefardí del siglo XVI, escribe:

«Los tres primeros Sefiroth: “Corona”, “Sabiduría” e “Inteligencia” tienen que ser considerados una y la misma realidad. El primero (Kether) representa conocimiento o conocer (conciencia divina en sí misma); el segundo (Hokmá) representa aquello que conoce (el principio activo o determinante del conocimiento); y el tercero (Biná), representa aquello que es conocido (el aspecto receptivo y reflectivo del conocimiento).»[15] 

Hokmá, al ser el Pensamiento de Dios, es actividad, la Voluntad Divina de Kether acogida que genera la Creación en toda su multiplicidad. Pero su luz indiferenciada debe ser hecha distinguible, determinadora y participable. Este papel corresponde a Biná, Madre Divina que acoge la Luz de la Sabiduría y, como iniciadora del Pilar del Rigor, discierne, determina y concreta las Teofanías que serán. «Biná es como un prisma o espejo, formado por una miríada de “facetas”, cada una de las cuales refleja el “gran rostro” divino con su propia modalidad. […] En esta forma, Dios se contempla a sí mismo en Biná, la madre universal, como el Uno en lo múltiple».[16] 

Biná sintetiza las Teofanías. Es la sefira que en su Unidad contiene la Multiplicidad. Es la Voz que proclama el Pensamiento de Dios. Como Madre de las Madres, Biná es la fuente de las almas.

En Hokmá y Biná podemos ver claramente el «movimiento» del Espíritu: en Hokmá el Espíritu es en su Unidad total, el Océano de Presencia absoluto; en Biná se da el movimiento logofánico, es el Logos formalizando todas las Teofanías y, a su vez, es la intermediación entre los seres humanos y el Espíritu puro.

Es necesario comentar que, tal y como estamos conceptuando la Sabiduría en la presente obra, esta es la unión de Hokmá y Biná.

Hesed, Din y Tiferet

Aunque por razones contextuales no podemos detenernos para describir todo el árbol sefirótico, sí es necesario que hagamos un breve comentario sobre la siguiente tríada sefirótica, la Tríada Intermedia, compuesta por Hesed, «Misericordia», Din o Geburah, «Justicia» o «Severidad», y Tiferet, «Belleza».

Tríada intermedia del árbol sefirótico.

Hesed, la Gracia y Amor de Dios que genera la Vida en el Cosmos, se complementa con Din o Geburah, la Ley Universal que determina el orden en la Naturaleza. Hesed es el Brazo Derecho de Dios y Din el Brazo Izquierdo. Ambos generan La Manifestación, emanada y concretada por Hokmá y Biná.

Hesed es la máxima expresión del Pensamiento e Inteligencia de Dios, la Vida Absoluta, delimitada por Din, el Rigor, la Justicia. «Fijadas dentro de sus límites por el rigor de Dios, todas las cosas participan íntimamente, en su realidad positiva, de su inmanente gracia».[17]  Las Teofanías son las «medidas de Dios».

Es en Tiferet, como intermediador, corazón y compasión de Dios, donde se concretan completamente las Teofanías. En ocasiones Tiferet también se la llama Daath, saber divino, omnisciencia o conciencia total de Dios, aunque en otras perspectivas cabalísticas más habituales Daath es una pseudo-sefira «invisible» y nunca se representa en el árbol.

Somos conscientes de que apenas hemos esbozado algunos detalles del árbol sefirótico y de las sefirot comentadas. Cada sefira es una explicación hipostasiada de los procesos de la Creación hasta llegar a Malkut, el «Reino», el Mundo Manifestado, que aproximadamente corresponde, junto a la sefira Yesod, a la hipóstasis del Alma.

Para lo que nos proponemos en este capítulo, que es definir, al menos introductoriamente, la noción de Sabiduría según la cábala hebrea, es suficiente. Ahora vamos a tratar la relación del ser humano con la Hokmá.

«¿Quién es sabio?»

«1 ¿No clama acaso la sabiduría [Hokmá], y la inteligencia [Biná] hace oír su voz? […] 5 Oh simples, aprended prudencia, y vosotros, insensatos, sed de corazón inteligente.»  – Proverbios 8

En el judaísmo, ley y sabiduría están muy emparentados. Muestra de ello es el contenido de la Torá y del Talmud. Aun así, en la Cábala se entiende que de toda la realidad se puede aprender, es decir, también es posible acceder a la Sabiduría a través del conocimiento y experiencia directa de las Formas. Respecto a este aspecto de la experiencia interior y la profundización en el Misterio, Kaplan hace una distinción entre conciencia Biná y conciencia Hokmá.[18]

La conciencia Biná, en los términos que nosotros estamos trabajando, es la Imaginación Creadora. Es el conocimiento a través de las formas en el sentido espiritual del término, no en el psicológico, ya que entonces estaríamos hablando de fantasía o simple especulación.

Como ya vimos en el capítulo 4, la Imaginación es una facultad u órgano espiritual intermediador entre la no-forma y la forma. La conciencia Biná, la Imaginación, carga de simbolismo nuestra experiencia vital. Dicho de otra manera: los seres humanos revestimos con la Imaginación los contenidos del Espíritu y así navegamos en ellos.  

Si bien es cierto que la Imaginación es indispensable para allegarse y «entender» en el sentido cabalístico la realidad divina, también entraña sus peligros. La Imaginación debe ser conducida por la Sabiduría, por el Ser; si no es así se convierte en fantasía. Dicho de otra manera: conciencia Biná es saber, Imaginación, pero debe estar ligada con el Ser, el Recuerdo de Sí, la conciencia Hokmá, para que sea fructífera y nos acerque a Dios.

Hokmá y Biná, Ser y Saber, Recuerdo e Imaginación, Conocimiento directo y Visión. La Sabiduría se experimenta cuando se halla revestida por el Entendimiento, el discernimiento y conocimiento de las Formas, las Teofanías en su expresión más íntima. De ahí el comentario del Sefer Yetsirá que dice que hay que «entender con Sabiduría y ser sabio con Entendimiento» (1:4).

Kaplan realiza varios comentarios interesantes al respecto a un término relacionado con Hokmá, Ko’aj Mah:

 «La palabra hebrea para “sabiduría” es Hokmá y, como dice el Zohar, tiene las mismas letras que Ko’aj Mah, el “poder” o “potencial” del “Qué” (Zohar 3, 28a, 235b). Ko’aj Mah significa, también, “un cierto potencial”. En el primer sentido, es el poder para hacerse preguntas, para ir más allá de lo que está al alcance del Entendimiento [Biná]. En el otro sentido, es un potencial indefinido, un potencial que no puede ser alcanzado con el Entendimiento, que es un nivel más bajo, pero que debe ser experimentado por derecho propio. Como tal, es el poder del hombre para experimentar, puesto que la Sabiduría se construye a partir de la experiencia. Cuando uno viaja por los Senderos de la Sabiduría, comienza con el Corazón, que es el Entendimiento. Pero entonces, uno va más allá, hacia la Experiencia de la Sabiduría, que no puede ser comprendida.»[19]

Y sobre la construcción de la Sabiduría en el alma humana, escribe:

«En un sentido cabalístico, la Sabiduría es considerada como la Mente pura e indiferenciada. Es pensamiento puro que todavía no ha sido quebrado en ideas diferenciadas. La Sabiduría es el nivel por encima de toda división, donde todo es una unidad simple.

En reconocimiento de este hecho, el Talmud afirma: “¿Quién es sabio? El que aprende de cualquier hombre”. En el nivel de Sabiduría todos los hombres son uno. Por ello, el que está en este nivel debe aprender de todo ser humano y en verdad de toda la creación.»[20]

Ésa es una de las claves del Camino Espiritual: desde aquello unitario que ubicamos en el Recuerdo de Sí conocemos lo uno y lo múltiple, tanto en nosotros mismos como en aquello que vivimos como lo otro.

La Shejiná

La Shejiná es la Presencia de Dios en la Creación. Deriva de la raíz hebrea š-k-n, de la que nacen palabras relativas a establecerse, residir, morada y hogar.

La Shejiná tiene relación con otros términos cabalísticos. Por un lado, es Kabod, la Gloria de Dios, luz resplandeciente a través de la cual se manifiesta Dios y se hace accesible a los seres humanos.

En otro sentido, la Shejiná es Ruach ha-kodesh, el «Espíritu Santo» del que brotan los Pensamientos y la Voz de Dios, con lo que apreciamos una estrecha proximidad con Biná y Hokmá.

Según algunos cabalistas es la Esposa de Dios que hace presente a Dios en Malkut, décima sefira que, como ya hemos anotado, es el Mundo Manifestado. Con lo cual, Shejiná es el Alma del Mundo inmanente en todos los seres, la consecución de todas las sefirot.

Scholem incide en uno de los simbolismos cabalísticos mencionados en el Zohar sobre la progresiva diferenciación de la Creación y el papel de la Shejiná, «Yo, Tú y Él»:

«En el momento en que Dios, en la más profundamente oculta de sus manifestaciones, había decidido lanzarse —por decirlo de algún modo— a Su obra de creación, se le llama “Él”. A Dios, en el momento de la manifestación total de Su ser, Su gracia y Su amor, en la que puede percibirse por la “razón del corazón” y puede, por lo tanto, ser expresado, se le llama “Tú”. Pero a Dios en su manifestación suprema, donde la plenitud de Su Ser encuentra expresión definitiva en el último de Sus atributos, que lo abarca todo, se le llama “Yo”. Ésta es la etapa de la verdadera individuación, en la que Dios, como persona, dice “Yo” refiriéndose a sí mismo. Este Yo divino es, según los cabalistas teosóficos —y ésta es una de sus doctrinas más profundas y más importantes—, la Shejiná, la presencia e inmanencia de Dios en toda la creación. Es el momento en el que el hombre, al alcanzar la más profunda comprensión de su propio yo, se vuelve consciente de la presencia de Dios. Y a partir de ahí, al encontrarse, por así decirlo, apostado ante las puertas del Reino Divino, avanza hacia las regiones más profundas de lo Divino, hacia el interior del “Tú” y del “Él” de Dios y hacia el interior de las profundidades de la Nada.»[21] 

Es decir, que la Shejiná nos guía cuando nos entregamos a lo divino realizando el Camino Espiritual. La Tríada Superior, fuente de la que brota todo lo existente, realiza su consecución creacional en Shejiná, el «gran mar» de vida y conocimiento. Siendo Esposa de Dios, la Shejiná es el reflejo de la Tríada Superior, su semejante, su Yo, la Cercanía de la cual el ser humano brota y al mismo tiempo participa de Dios.

Para que la Shejiná se haga totalmente presente en nosotros, como es obvio, se ha de realizar el Camino Espiritual, entregarnos totalmente a Dios. Sólo de este modo la Shejiná nos guiará en el proceso de unión con la Divinidad.

Dice el Talmud que «la Shejiná no descansa sobre el hombre ni a través de la melancolía, ni de la pereza, ni de la frivolidad, ni de la ligereza, ni de la charla, ni de la cháchara ociosa, sino solo a través de una cuestión de alegría en relación con una mitzvá [precepto, ley]». Esto nos recuerda a algunos comentarios sobre Maat y el mantenimiento de la pureza del corazón si se han seguido los preceptos enumerados en las confesiones negativa y positiva o en las enseñanzas de las Casas de la Vida.

La Sabiduría como creadora del mundo

Evidentemente, como en cada capítulo de este libro, no podemos más que hacer un acercamiento al tema tratado, ya que cada uno de ellos llena literalmente muchas bibliotecas.

Hokmá y Biná, en el plano microcósmico, son Ser y Saber, conocimiento vivido y hecho forma, develamiento y enlace con la Divinidad. Y aunque aún no hemos llegados al final de la segunda parte, podemos ya detectar un denominador común en Maat, Metis y Biná/Shejiná: representan de un modo u otro al Eterno Femenino.

El Principio Masculino es la Fuerza Primera, absoluta, indiferenciada, semilla de todo, es la Vida Plena. El Principio Femenino acoge la semilla Masculina, la gesta y le da movimiento (alma) a la Vida, diferenciándola, concretándola y desplegándola. El Principio Masculino es la Presencia increada y el Principio Femenino es la Presencia creada y manifestada.


[1]De sepher proviene la palabra «cifra».

[2]Otro punto importante es que, en varias lenguas semíticas, incluidas el hebreo y el árabe, la formación de las palabras se realiza a partir de raíces trilíteras, es decir, a partir de tres consonantes. Cabalísticamente, se considera que las palabras que comparten raíz tienen algún tipo de relación ontológica.

[3]Aryeh Kaplan, Sefer Yetzirah, El Libro de la Creación, Teoría y Práctica, p. 47, Equipo Difusor del Libro, Madrid, 2007.

[4]Ibid., 275.

[5] En este capítulo utilizaremos la transliteración Hokmá para referirnos a la voz hebrea «Sabiduría». Lo haremos también en las citas de otros autores, aunque la transliteración original sea diferente para no evitar posibles equívocos.

[6] v. Gershom Scholem, Conceptos básicos del judaísmo, Editorial Trotta, col. Paradigmas, trad. de José Luis Barbero, tercera edición, Madrid, 2008.

[7] Leo Schaya, El significado universal de la cábala, p.45, Editorial Dédalo, Buenos Aires, 1976.

[8] Aryeh Kaplan, Sefer Yetzirah, El Libro de la Creación, Teoría y Práctica, p. 45, trad. de Eduardo Madirolas, Equipo Difusor del Libro, S.L., Madrid, 2007.

[9] Paródosis, p.39. 

[10] Ibid., p. 41. 

[11] Ibid

[12] Schaya, p. 45.

[13] Ibid., p. 48.

[14] Gershom Scholem, Las grandes tendencias de la mística judía, p. 243, trad. de Beatriz Oberländer, Editoral Siruela, 3ª edición, Madrid, 2006.

[15] Jardín de las Granadas, citado por Schaya, p. 49.

[16] Schaya, p. 51.

[17] Ibid., p.55.

[18] v. Sefer Yetzirah.

[19] Aryeh Kaplan, El Bahir, p. 181, trad. de Esther Pérez y Adela Ortiz, Equipo Difusor del Libro, S.L., Madrid, 2005.

[20] Sefer Yetzirah, pp. 37-39.

[21] Las grandes tendencias de la mística judía, p. 240.

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